China hoy representa, luego de Brasil, el gran socio comercial de la Argentina. Comparando el promedio entre los períodos 1996-1998 y 2006-2008, el sector que más aumentó su participación en el total de exportaciones argentinas a China son los productos del reino vegetal, que pasaron de 8 a 50 por ciento en diez años. Recientemente se anunció que China reanudaría las compras de aceite de soja argentino. Esto podría reducir en parte el déficit comercial que se mantiene con ese país desde el 2000, que durante el año pasado trepó a casi 1500 millones de dólares. Este monto representa un aumento del 67 por ciento respecto del de 2009 y de 174 por ciento en relación con el 2008, antes de la crisis. La importancia del gigante asiático ya no se limita a la compra de alimentos que Argentina produce. Es, desde el año pasado, el principal inversor en el país, como lo viene siendo en otras naciones, por la política de invertir su superávit comercial en sectores estratégicos de países con abundantes recursos naturales. Así, gracias a un fondo soberano de 300.000 millones de dólares, las transnacionales chinas salen a comprar firmas por el mundo o a asociarse para tener participaciones crecientes y garantizar la provisión de esos recursos. Por ejemplo, el gigante asiático ya constituye el tercer socio comercial de Africa, donde el año pasado se anunciaron inversiones por más de 15.000 millones de dólares para desarrollar petróleo y gas en Ghana.
En la Argentina, las inversiones chinas representan hoy más de 14.000 millones de dólares. Las primeras empezaron en 2006 cuando un consorcio estatal chino adquirió en Río Negro la mina de hierro Sierra Grande (ex Hipasam), cerrada desde 1991. Entre las más relevantes figura la realizada el año pasado por la China National Offshore Oil Company (Cnooc) que adquirió el 50 por ciento de Bridas, del grupo Bulgheroni, por 3100 millones de dólares. Luego esa firma compró a British Petroleum por más de 7000 millones de dólares el paquete accionario de Pan American Energy. Recientemente fue anunciada también la construcción de una planta de urea en Tierra del Fuego que incluye, además, una central de 50 MW de ciclo combinado para abastecer a la planta y un puerto comercial en la provincia, por unos 1030 millones de dólares.
Esta expansión de capitales chinos en la Argentina, con inversiones en minería, gas y petróleo, molienda de granos y generación eléctrica indican un gran avance en sectores estratégicos del desarrollo nacional.
No se trata de un interés casual. Siendo de los países con mayor crecimiento mundial, China tiene trazada una estrategia geopolítica de largo plazo. Saben que en veinte años duplicarán su consumo energético. Y, por otro lado, necesitan asegurar alimentos para sus 1200 millones de habitantes, que a pesar de bajos salarios van consiguiendo incrementar su acceso al consumo a partir del crecimiento del PBI.
Para la Argentina, el vertiginoso incremento de su vínculo comercial y económico con China requiere de análisis que no solamente contemplen la llegada de inversiones o se limiten a aumentar el nivel de exportaciones sobre la base de criterios únicamente cuantitativos. En primer lugar, habría que fomentar inversiones que ofrezcan incentivos para los capitales chinos pero que resulten al mismo tiempo dinamizadores de sectores que la Argentina necesita para profundizar su crecimiento industrial y tecnológico. El sector energético, sin dudas, es uno de ellos. El transporte también, y en ese sentido, entre las inversiones previstas para la recuperación del Belgrano Cargas, hay contemplados capitales chinos aportados por el Banco de Desarrollo de China.
Por otro lado, se presenta el desafío de equilibrar gradualmente la balanza comercial, teniendo en cuenta que el superávit argentino registrado en lo que va del año es 38 por ciento menor al alcanzado el año pasado en el mismo período. Resulta evidente que tal equilibrio no se alcanzará fácilmente si el plan a futuro es seguir vendiendo producción primaria a un país del que se importan bienes industriales. Por lo tanto, la estrategia sería incorporar mayor valor agregado a la producción antes que incrementar los volúmenes de exportaciones de alimentos y continuar importando la maquinaria necesaria para producirlos. Sin dudas, se trata de un proceso complejo donde Argentina no escapa del contexto latinoamericano: el 72 por ciento de las exportaciones latinoamericanas a China, y el 71 por ciento de las argentinas, está compuesta por bienes primarios. Entre las exportaciones de manufacturas, el 56 por ciento de las de América latina y el 85 por ciento de las de Argentina son basadas en recursos naturales. Ello explica que sólo el 12 por ciento de las exportaciones de América latina a China sean bienes de baja, media o alta tecnología, mientras que en el caso de Argentina ese porcentaje se reduce a 4,2 por ciento, de acuerdo con un informe de la Asociación de Importadores y Exportadores de la República Argentina con datos de la Cepal. Si se tiene en cuenta que las importaciones de manufacturas desde ese país a la región se elevan al 97,8 por ciento y que en el caso de Argentina son del 99,3 por ciento, está claro que las perspectivas de reducción de ese déficit en las actuales circunstancias no será fácil de lograr.
Orientar las inversiones chinas para lograr fabricar localmente parte de los bienes que se importan parece indispensable si se pretende mantener un comercio equilibrado con ese país. Para evitar los términos de intercambio del siglo XIX, cuando Inglaterra monopolizaba el destino de la producción local de alimentos, es necesario que Argentina profundice el debate sobre qué lugar quiere ocupar en la economía mundial y cuál debería ser la estrategia que mejore su inserción en el comercio internacional, de manera de no reproducir aquel viejo modelo económico periférico y subordinado pero con un nuevo actor, llegado desde el Lejano Oriente 200 años más tarde http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-5267-2011-06-27.html