Recientemente el Pentágono ha expresado su intención de castigar militarmente los actos de sabotaje informático. Sin embargo, los límites de esta prerrogativa no están bien definidos. ¿Cuán serio tiene que ser un sabotaje para ser considerado un acto de guerra? Y, dada la naturaleza casi omnipresente de internet, ¿cuál es la certeza de los orígenes de los ataques? Por el momento estos son interrogantes casi tan reales como la importancia del mismo ciberespacio.
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