¿Como Singapur ha pasado de ser uno de los tantos pobres países del sureste asiático a un paraíso económico y de calidad de vida?
El secreto, según Lee Kuan Yew, ex-primer ministro fallecido y líder de la revolución del país, se debe a la mano dura contra la delincuencia.
Cuando el pequeño país se independizó de Malasia parecía no tener rumbo al igual que la mayoría de
sus vecinos. Pero una serie de políticas y decisiones controvertidas lograron imponer un sistema eficaz y funcional.
Hace 12 años en las cárceles había más de 500.000 presos, pero seis meses después, sólo quedaban 50.
Se adoptó la pena de muerte y el trabajo forzado para los criminales confesos, narcotraficantes y violadores probados, siendo los más repetitivos condenados a muerte. Pero el gobierno fue más lejos todavía, se decretó que toda figura pública corrupta (políticos, policías, militares, etc.) fueran condenado a muerte (siempre y cuando se cuenten con pruebas solidas que los involucre).
Los empresarios ladrones fueron fusilados o huyeron rápidamente del país. Los drogadictos que dormían en las calles huyeron del país o serían fusilados. El mensaje del gobierno en todos los medios advertía que el país tenía un cáncer y la única solución era extirparlo.
Después de haber realizado la limpieza en el país, se reorganizó el sistema político, judicial y penal y se convocó a elecciones. El candidato que se postuló ganó las elecciones con casi el 100% de los votos.
Hoy Singapur, a pesar de no contar con prácticamente ningún recurso, es uno de los países más seguros y desarrollados para vivir. Otros factores fundamentales fueron: altísimo grado de libertad económica; bajos impuestos; política de tolerancia cero contra la corrupción; un estado reducido en tamaño; alta inversión en educación.
A pesar de que el ejemplo de Singapur puede rozar lo extremo y en algunas ocasiones interferir con los derechos de los ciudadanos, es evidente que la delincuencia necesita de un castigo severo y ejemplar para dejar de propagarse.