Si alguien te dice que se acuerda del rato más o menos angustioso en que su madre lo trajo al mundo, ten por seguro que miente. Las estructuras cerebrales que nos ayudan a producir los recuerdos no están maduras en el recién nacido, así que este no dispone de herramientas para retener ese decisivo acontecimiento. La memoria episódica, relacionada con los sucesos autobiográficos que podemos recordar, se desarrolla a partir de los cinco o seis años, edad en la que comenzamos a almacenar vivencias que luego podremos evocar de manera explícita.
De hecho, no guardamos memoria de nuestros tres o cuatro primeros años de vida. Los presuntos recuerdos de esa época son engañosos, según los neurocientíficos, y se deben a historias que nos cuentan posteriormente nuestros mayores y que integramos de tal forma que acabamos haciéndolas propias de forma inconsciente.
El sistema neurológico de los niños más pequeños no está completamente desarrollado, y la memoria no mejora hasta que las estructuras cerebrales implicadas –el hipocampo y la corteza frontal– no han alcanzado una maduración que les permite organizar las representaciones mentales del espacio y el tiempo en forma de mapas cognitivos que llamamos recuerdos.