Como se encargan de recordarnos a menudo los psicólogos y los neurocientíficos, tomar decisiones involucra un sinfín de mecanismos cerebrales, muchos de ellos situados por debajo del pensamiento consciente: el azar, nuestros prejuicios o las opiniones de nuestro entorno inclinan la balanza por una u otra opción sin que nos demos cuenta.
Ahora, un nuevo estudio, publicado en la revista Cognition, sugiere que tengamos en cuenta un factor añadido: la hora del día a la que decidimos. Para calibrar el peso de esta circunstancia, los investigadores han analizado los movimientos de 99 ajedrecistas en un total de un millón de partidas on-line, ya que este juego permite descartar el efecto de la suerte en el éxito o el fracaso final y es un escenario controlado.
Así pudieron comprobar que los jugadores más madrugadores no solo se tomaban más tiempo para realizar sus movimientos, sino que además estos eran mejores desde el punto de vista estratégico. Según avanzaba la tarde y caía el sol, las estadísticas arrojaban el resultado contrario: los movimientos, que se aceleraban un 2,5%, eran a la vez más arriesgados y menos eficaces.
La paciencia, como se deduce de esta investigación, se agota más rápido a medida que se acerca la noche y el cuerpo pide descanso: las 'alondras' –la gente a la que le gusta madrugar– tienen más posibilidades de acertar en sus decisiones... por lo menos, si juegan al ajedrez.