Desde la Segunda Guerra Mundial las puntuaciones de coeficiente intelectual (CI) de los jóvenes no habían parado de crecer. Pero llegó un momento en que no sólo se estancaron, sino que están bajando a gran velocidad. El declive, de al menos 7 puntos por generación, comenzó con los nacidos en 1976, que alcanzaron su edad adulta a mediados de la década de los noventa.
Los investigadores del Ragnar Frisch Center for Economic Reserach apuntan, en un estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), que el deterioro podría deberse a cambios en la forma en que se enseñan las matemáticas y los idiomas o al hecho de abandonar progresivamente la lectura de libros para pasar el tiempo ante la televisión y los ordenadores.
No olvidan, sin embargo, que la naturaleza de la “inteligencia” esté cambiando en la era digital y no se pueda capturar las inteligencias múltiples (teoría desarrollada por el psicólogo estadounidense Howard Gardner en 1983) con las pruebas tradicionales sobre el coeficiente de inteligencia. Es decir, que no es una cuestión genética.
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El análisis realizado por Bernt Bratsberg y Ole Rogeberg se ha centrado en los resultados de los tests de CI hechos por personas de Noruega nacidas entre 1962 y 1991 y han encontrado que las puntuaciones aumentaron en casi 3 puntos porcentuales durante cada década para los nacidos entre 1962 y 1975, pero luego experimentaron una disminución constante para los nacidos después de 1975.
El investigador neozelandés James R. Flynn estableció también que no aumentaba toda la inteligencia de igual forma. Entre las explicaciones a este fenómeno se encontraban el hecho de tener una mejor nutrición, una tendencia hacia familias más pequeñas, una mejor educación, una mayor complejidad en el ambiente y la heterosis (mejoramiento selectivo).
La teoría de Flynn daba una importancia a los genes en el crecimiento de la inteligencia que esta nueva investigación pone en duda. La inteligencia es hereditaria y, durante mucho tiempo, se creyó que las personas con CI más altos tendrían hijos que también obtendrían puntuaciones por encima del promedio.
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De igual forma se pensó que las personas con menor coeficiente intelectual tendrían hijos con resultados menores en los test, lo que contribuiría a una disminución en los resultados con el tiempo y un “embotamiento” de la población general. Es lo que se conoce como la teoría de la fertilidad disgénica (la perpetuación en la población de rasgos defectuosos o desfavorables).
Para poner en tela de juicio esta extendida creencia, Bratsberg y Rogeberg compararon los cocientes de hermanos nacidos en años diferentes. Los investigadores encontraron que, en lugar de ser similares (como sugiere la explicación genética), las puntuaciones de CI a menudo diferían significativamente.
Los expertos destacan que el acceso a la educación es actualmente el factor más concluyente que explica las disparidades en inteligencia. Incluso hay estudios que afirman que permanecer en la escuela durante más tiempo equivale directamente a resultados de CI más altos. La cuestión es encontrar nuevas pruebas que sustituyan a las tradicionales y se adapten al cambiante mundo actual.
Fuente: La Vanguardia